Piglia no abarca solamente textos habituales de este género, ni tampoco una serie de narraciones oscuras , sino que presenta una sabia alquimia literaria entre lo que se conoce como literatura policial y alta literatura. Atención: no estamos hablando de un “rejunte” de ambas concepciones, sino de una inteligente y oportuna falta de distinción: de literatura a secas. . Así, en las páginas de un mismo volumen, conviven Ruth Rendell, Rodolfo Walsh, Borges, Dostoievski… La obra resulta un festival de calidad, tanto por el valor de los textos como también por la enorme y entretenida variedad; de tal suerte que la tragedia de William Irish se codea con el tono irónico de H.G. Wells, el clasicismo de W. Collins con la “vanguardia” borgeana, la sequedad de Hemingway con la prodigalidad de Onetti. Todos los cuentos tienen un centro en común que los hermana: la resolución de un enigma. En el prólogo, Piglia describe certeramente esta forma literaria y muestra cómo se despliegan las narraciones en una universalidad literaria que nada sabe de las convenciones comunes y corrientes acerca de qué cosa es un relato policial. Estamos ante una visión totalizadora, a partir de los cuentos, de sus formas literarias. El relato de Gombrowicz sobre un hombre que insiste en un modelo de enigma clásico parodiado al máximo, mientras que el de Patricia Highsmith, acerca de una institutriz con extrañas aspiraciones de heroísmo, es una demostración al contrario, de una vuelta de tuerca hacia un cierto clasicismo. Sirvan estas líneas para describir la enorme variedad que la literatura policial ofrece, en una selección que le hace justicia.
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Piglia no abarca solamente textos habituales de este género, ni tampoco una serie de narraciones oscuras , sino que presenta una sabia alquimia literaria entre lo que se conoce como literatura policial y alta literatura. Atención: no estamos hablando de un “rejunte” de ambas concepciones, sino de una inteligente y oportuna falta de distinción: de literatura a secas. . Así, en las páginas de un mismo volumen, conviven Ruth Rendell, Rodolfo Walsh, Borges, Dostoievski… La obra resulta un festival de calidad, tanto por el valor de los textos como también por la enorme y entretenida variedad; de tal suerte que la tragedia de William Irish se codea con el tono irónico de H.G. Wells, el clasicismo de W. Collins con la “vanguardia” borgeana, la sequedad de Hemingway con la prodigalidad de Onetti. Todos los cuentos tienen un centro en común que los hermana: la resolución de un enigma. En el prólogo, Piglia describe certeramente esta forma literaria y muestra cómo se despliegan las narraciones en una universalidad literaria que nada sabe de las convenciones comunes y corrientes acerca de qué cosa es un relato policial. Estamos ante una visión totalizadora, a partir de los cuentos, de sus formas literarias. El relato de Gombrowicz sobre un hombre que insiste en un modelo de enigma clásico parodiado al máximo, mientras que el de Patricia Highsmith, acerca de una institutriz con extrañas aspiraciones de heroísmo, es una demostración al contrario, de una vuelta de tuerca hacia un cierto clasicismo. Sirvan estas líneas para describir la enorme variedad que la literatura policial ofrece, en una selección que le hace justicia.
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