Para gozo de los que aman el cine como arte y el arte como bálsamo del alma sedienta de belleza y verdad, restaurador analógico del orden que Dios ha dispuesto en su obra y construcción intelectual que orienta el corazón hacia lo alto, Mel Gibson ha vuelto a darnos, tras “La Pasión de Cristo”, una obra maestra. Tras haber llegado temprano a la cumbre en su carrera como director, se hacía muy difícil prever un después. Pero Gibson ha asumido con “Apocalypto” ese viaje riesgoso hacia un lugar adonde nadie lo había hecho hasta ahora. Su película es obra de la gracia, que ha utilizado sus talentos para querer decirnos algo, y no algo sin sustancia.
Contra la “frivolización de la cultura, aplicada a producir diversiones” que eso es hoy el cine, y por el hecho de que, como nos sigue diciendo nuestro Padre Castellani “la cultura no es un lujo ni un divertimiento; ella es necesaria, es el tajamar contra la barbarie, siempre latente en el hombre”, Gibson parece ser el último autor en el cine contra la barbarie que avanza. Nos reconocemos aún en esa trinchera.
Esta película, muestra la crueldad diabólica y la muestra como lo que es y no como un irresponsable juego de ficción. La muestra en la Historia, con todas sus implicancias y su relación con el decadente mundo de hoy –particularmente el mundo occidental, liberal y anglosajón- y, por si fuera poco, muestra cuál es el remedio. Es decir, no nos deja atrapados allí, sino que desarticula y destruye ese mecanismo no mediante un acto de magia, ni por la acción propia del hombre, sino por la Fe. Este film irrita porque muestra que, a pesar de lo bueno que parezca el personaje principal, y de que lo sea en relación a sus oponentes, necesita igualmente de la redención, pues todos nacemos con pecado original. El hombre moderno, orgulloso diosito que crea héroes a su semejanza, no quiere saberlo ni entenderlo, mucho menos verlo en un film. Y, si ha de verlo, no ha de pensarlo, ha de reducir lo que se le muestra a mera categoría estética, limitando la función del arte a la de simple entretenimiento.
“Apocalypto” nos revela, nos descubre, nos desoculta aquello que jamás el cine quiso mostrar. Y nos pregona, de manera inteligente y sin traicionar el propio arte de que se vale, aquello que es más “Es más necesario que nunca llevar en las manos la Cruz de Cristo, y presentarla al género humano en peligro, como la única fuente de la paz y de la salvación ” .
Para gozo de los que aman el cine como arte y el arte como bálsamo del alma sedienta de belleza y verdad, restaurador analógico del orden que Dios ha dispuesto en su obra y construcción intelectual que orienta el corazón hacia lo alto, Mel Gibson ha vuelto a darnos, tras “La Pasión de Cristo”, una obra maestra. Tras haber llegado temprano a la cumbre en su carrera como director, se hacía muy difícil prever un después. Pero Gibson ha asumido con “Apocalypto” ese viaje riesgoso hacia un lugar adonde nadie lo había hecho hasta ahora. Su película es obra de la gracia, que ha utilizado sus talentos para querer decirnos algo, y no algo sin sustancia.
Contra la “frivolización de la cultura, aplicada a producir diversiones” que eso es hoy el cine, y por el hecho de que, como nos sigue diciendo nuestro Padre Castellani “la cultura no es un lujo ni un divertimiento; ella es necesaria, es el tajamar contra la barbarie, siempre latente en el hombre”, Gibson parece ser el último autor en el cine contra la barbarie que avanza. Nos reconocemos aún en esa trinchera.
Esta película, muestra la crueldad diabólica y la muestra como lo que es y no como un irresponsable juego de ficción. La muestra en la Historia, con todas sus implicancias y su relación con el decadente mundo de hoy –particularmente el mundo occidental, liberal y anglosajón- y, por si fuera poco, muestra cuál es el remedio. Es decir, no nos deja atrapados allí, sino que desarticula y destruye ese mecanismo no mediante un acto de magia, ni por la acción propia del hombre, sino por la Fe. Este film irrita porque muestra que, a pesar de lo bueno que parezca el personaje principal, y de que lo sea en relación a sus oponentes, necesita igualmente de la redención, pues todos nacemos con pecado original. El hombre moderno, orgulloso diosito que crea héroes a su semejanza, no quiere saberlo ni entenderlo, mucho menos verlo en un film. Y, si ha de verlo, no ha de pensarlo, ha de reducir lo que se le muestra a mera categoría estética, limitando la función del arte a la de simple entretenimiento.
“Apocalypto” nos revela, nos descubre, nos desoculta aquello que jamás el cine quiso mostrar. Y nos pregona, de manera inteligente y sin traicionar el propio arte de que se vale, aquello que es más “Es más necesario que nunca llevar en las manos la Cruz de Cristo, y presentarla al género humano en peligro, como la única fuente de la paz y de la salvación ” .