"Sintió, recuperando acaso incesantes relatos de fin del mundo, que el mundo se había acabado y que él era el único sobreviviente..."
Un café, un hotel de barrio, una calle solitaria se convierten en escenarios para una multitud de seres que se encuentran y se observan, a veces sin llegar a saber quiénes son más allá de lo que anuncian sus nombres. Cuerpos, gestos, palabras dichas o percibidas al azar: hay en todo el conjunto una armonía secreta que alguien cree percibir.
Un narrador –¿quizás el ojo de un dios?– al que nada se le escapa relata la historia y confiere a cada detalle un valor más dramático de lo que parece. Ese narrador, que a su vez es visto, está sometido a innumerables perturbaciones, a brotes de sus propias contradicciones y vagas filosofías que no sirven más que para ser desmontadas e incluso destruidas.
En ese juego se va haciendo este relato, en un ritmo que le debe a la música su obsesiva cadencia, y gracias al cual van surgiendo, en un lenguaje preciso e íntimo, cuadros, situaciones, figuras de mundos y submundos que están ahí nomás, en un lugar cualquiera de la despiadada ciudad.
"Sintió, recuperando acaso incesantes relatos de fin del mundo, que el mundo se había acabado y que él era el único sobreviviente..."
Un café, un hotel de barrio, una calle solitaria se convierten en escenarios para una multitud de seres que se encuentran y se observan, a veces sin llegar a saber quiénes son más allá de lo que anuncian sus nombres. Cuerpos, gestos, palabras dichas o percibidas al azar: hay en todo el conjunto una armonía secreta que alguien cree percibir.
Un narrador –¿quizás el ojo de un dios?– al que nada se le escapa relata la historia y confiere a cada detalle un valor más dramático de lo que parece. Ese narrador, que a su vez es visto, está sometido a innumerables perturbaciones, a brotes de sus propias contradicciones y vagas filosofías que no sirven más que para ser desmontadas e incluso destruidas.
En ese juego se va haciendo este relato, en un ritmo que le debe a la música su obsesiva cadencia, y gracias al cual van surgiendo, en un lenguaje preciso e íntimo, cuadros, situaciones, figuras de mundos y submundos que están ahí nomás, en un lugar cualquiera de la despiadada ciudad.