El Nayarit era un nombre por demás extraño para un bar arrumbado en una carretera vecinal que conectaba a Barstow con el fin del mundo. Durante el dia, mientras el sol se empecinaba en intensificar su escarmiento, hirviendo el asfalto y calcinando los huesos sin clemencia alguna, lo único que nos quedaba por hacer era derrochar las horas viendo el televisor en la frescura del aire acondicionado del bar, hipnotizados como zombies con absurdos programas de concurso, tramposos talk shows plagados de tragedias conyugales y noticieros inverosímiles.
El Nayarit era un nombre por demás extraño para un bar arrumbado en una carretera vecinal que conectaba a Barstow con el fin del mundo. Durante el dia, mientras el sol se empecinaba en intensificar su escarmiento, hirviendo el asfalto y calcinando los huesos sin clemencia alguna, lo único que nos quedaba por hacer era derrochar las horas viendo el televisor en la frescura del aire acondicionado del bar, hipnotizados como zombies con absurdos programas de concurso, tramposos talk shows plagados de tragedias conyugales y noticieros inverosímiles.