Después de pasar toda una vida arreglándoles las uñas a las «señoras bien» de La Algaida con su haute manicure, y dándoles bullanguera conversación, el manicura Cigala recibe el reconocimiento de sus paisanos: el pleno municipal acuerda ponerle su nombre a una calle. Entusiasmado, y alentado por sus reivindicativas ganas de hablar, Cigala pide que le pongan su nombre a la calle Silencio, como compensación por cuanto ha tenido siempre que callar. Y hasta la fecha fijada para el acontecimiento, se lo irá contando todo, día a día, a su senil hermana Antonia, con la que vive, y a sus clientas, y a la Fallon, y al curita Pelayo, y se enfrentará a todos los que se escandalizan porque le quite la calle nada menos que al Cristo del Silencio, cuya cofradía pasa por ahí cada Miércoles Santo.
Después de pasar toda una vida arreglándoles las uñas a las «señoras bien» de La Algaida con su haute manicure, y dándoles bullanguera conversación, el manicura Cigala recibe el reconocimiento de sus paisanos: el pleno municipal acuerda ponerle su nombre a una calle. Entusiasmado, y alentado por sus reivindicativas ganas de hablar, Cigala pide que le pongan su nombre a la calle Silencio, como compensación por cuanto ha tenido siempre que callar. Y hasta la fecha fijada para el acontecimiento, se lo irá contando todo, día a día, a su senil hermana Antonia, con la que vive, y a sus clientas, y a la Fallon, y al curita Pelayo, y se enfrentará a todos los que se escandalizan porque le quite la calle nada menos que al Cristo del Silencio, cuya cofradía pasa por ahí cada Miércoles Santo.