El pensamiento para Roland Barthes era un arte y una aventura. Hoy amamos su obra porque exploró territorios originales que ya son nuestros. De esa inversión demasiado humana de la religión que es el vínculo amoroso entre dos personas, Barthes hizo un objeto de escritura. Sin embargo, amar a Barthes debería equivaler a "desarmar" el sentido de su figura que cada uno de nosotros hemos establecido o nunca dejamos de establecer. Amarlo sería algo así como desarmar el paradigma-Barthes mediante la escritura. En los seis luminosos ensayos que componen este libro conviven el Barthes ensayista , el lector amigo , el mitólogo , el crítico fascinado por las imágenes , el intelectual profundamente curioso por las lejanías de lo extranjero y el profesor generoso con sus estudiantes . Poco antes de morir, Jacques Derrida definió un espacio de reunión entre los pensadores más relevantes de su generación. Barthes, Lacan, Foucault, Deleuze... todos mantuvieron una relación intransigente con las ideas y con las escritura. No faltó quien los bautizara “los incorruptibles”. Barthes, en palabras de su amiga Julia Kristeva, dio un paso más: inventó el discurso crítico como “objeto transicional”, es decir como espacio de indecisión-creación entre el autor, el crítico y el lector.
El pensamiento para Roland Barthes era un arte y una aventura. Hoy amamos su obra porque exploró territorios originales que ya son nuestros. De esa inversión demasiado humana de la religión que es el vínculo amoroso entre dos personas, Barthes hizo un objeto de escritura. Sin embargo, amar a Barthes debería equivaler a "desarmar" el sentido de su figura que cada uno de nosotros hemos establecido o nunca dejamos de establecer. Amarlo sería algo así como desarmar el paradigma-Barthes mediante la escritura. En los seis luminosos ensayos que componen este libro conviven el Barthes ensayista , el lector amigo , el mitólogo , el crítico fascinado por las imágenes , el intelectual profundamente curioso por las lejanías de lo extranjero y el profesor generoso con sus estudiantes . Poco antes de morir, Jacques Derrida definió un espacio de reunión entre los pensadores más relevantes de su generación. Barthes, Lacan, Foucault, Deleuze... todos mantuvieron una relación intransigente con las ideas y con las escritura. No faltó quien los bautizara “los incorruptibles”. Barthes, en palabras de su amiga Julia Kristeva, dio un paso más: inventó el discurso crítico como “objeto transicional”, es decir como espacio de indecisión-creación entre el autor, el crítico y el lector.