La Muerte de James Dean borró del planeta a un muchacho de 24 años, oriundo de una pequeña ciudad de Indiana, pero también inmortalizó a un actor cuyo genio, subrayado por una trayectoria literalmente meteórica, lo proyectó fuera de la pantalla para ocupar un sitio indisputado entre los mitos modernos. Arrogante y tímido, arrebatado y reflexivo, era la suya una personalidad protéica y ambigua, sustancia de su poderoso carisma. Resolviendo con tino los retos que un personaje así plantea, la autora recrea los últimos meses del rebelde por autonomasia -sus conversaciones con Elia Kazan, su relación con Liz Taylor y Rock Hudson, la filmación de Gigante-. Pero el extraño mérito de La Muerte de James Dean está en no ser una biografía, sino una novela. A contracorriente, sin rebuscamientos -escenas breves, diálogos precisos-, construye el paradójico retrato de un James Dean totalmente imaginario.
La Muerte de James Dean borró del planeta a un muchacho de 24 años, oriundo de una pequeña ciudad de Indiana, pero también inmortalizó a un actor cuyo genio, subrayado por una trayectoria literalmente meteórica, lo proyectó fuera de la pantalla para ocupar un sitio indisputado entre los mitos modernos. Arrogante y tímido, arrebatado y reflexivo, era la suya una personalidad protéica y ambigua, sustancia de su poderoso carisma. Resolviendo con tino los retos que un personaje así plantea, la autora recrea los últimos meses del rebelde por autonomasia -sus conversaciones con Elia Kazan, su relación con Liz Taylor y Rock Hudson, la filmación de Gigante-. Pero el extraño mérito de La Muerte de James Dean está en no ser una biografía, sino una novela. A contracorriente, sin rebuscamientos -escenas breves, diálogos precisos-, construye el paradójico retrato de un James Dean totalmente imaginario.