En estas dos cartas de Lowry ―una al primer editor de Bajo el volcán y otra a un abogado― podemos rastrear el genio de uno de los narradores más parcos, y al mismo tiempo, más potentes y obsesivos de la narrativa del siglo xx. Sobre su novela más importante dice: “El libro ha sido diseñado, contradiseñado y soldado de tal modo que puede leerse un número indefinido de veces, sin agotar todos sus sentidos, su drama o su poesía; por eso deposito en él mis esperanzas”. La traducción es de Sergio Pitol.
Y porque Jorge Semprún dice que Malcolm Lowry exige lectores exigentes – y porque a Malcolm Lowry le gustaban los prólogos-, le pedimos que escribiera algo sobre estas cartas de Malcolm Lowry. Lo hizo, finalmente. Y para que entendiéramos de una vez que “no nos vendría mal la irrupción de algunos tipos como Malcolm Lowry”, arremete contra algunos de los tabús de nuestra academia, contra el escritor/funcionario, “que después o antes de sus obras de oficina”, “funciona oficinescamente como escritor”, y contra el escritor/sacerdote, “portador de valores eternos”, en este caso culturales, exquisitamente culturales: “no ejerce una mera función, sino una misión, un sacerdocio”.
En estas dos cartas de Lowry ―una al primer editor de Bajo el volcán y otra a un abogado― podemos rastrear el genio de uno de los narradores más parcos, y al mismo tiempo, más potentes y obsesivos de la narrativa del siglo xx. Sobre su novela más importante dice: “El libro ha sido diseñado, contradiseñado y soldado de tal modo que puede leerse un número indefinido de veces, sin agotar todos sus sentidos, su drama o su poesía; por eso deposito en él mis esperanzas”. La traducción es de Sergio Pitol.
Y porque Jorge Semprún dice que Malcolm Lowry exige lectores exigentes – y porque a Malcolm Lowry le gustaban los prólogos-, le pedimos que escribiera algo sobre estas cartas de Malcolm Lowry. Lo hizo, finalmente. Y para que entendiéramos de una vez que “no nos vendría mal la irrupción de algunos tipos como Malcolm Lowry”, arremete contra algunos de los tabús de nuestra academia, contra el escritor/funcionario, “que después o antes de sus obras de oficina”, “funciona oficinescamente como escritor”, y contra el escritor/sacerdote, “portador de valores eternos”, en este caso culturales, exquisitamente culturales: “no ejerce una mera función, sino una misión, un sacerdocio”.