Trenes cuyo destino es seguir siempre de largo, perros que son el espejo de lo humano metamorfoseado, mujeres en cofradía al borde de una ruta, la muerte viajando en la valija de un asesino, un bar suburbano que desvela el sueño de sus parroquianos: historias donde los personajes intentan imposibles salidas para el núcleo de un disturbio inesperado, o ensayan un escape en la grieta imperceptible de la realidad.
Nombrar lo kafkiano es ya en sí mismo un guiño cómplice, una contraseña inmediata arrojada a la inocencia de quien se dispone a leer; pues bien, la verdad que se abisma en esta escritura refuerza aquel adjetivo paradigmático: su condición de ser está anclada en la categoría de la espera, como en las pesadillas de Kafka, como en el lenguaje de Beckett.
Descarnados, violentos, esperanzados, onirícos, desesperados, absurdos hasta la comicidad nerviosa del involuntario testigo de una verdad feroz, los cuentos de Samanta Schweblin perturban poéticamente la comprensión del mundo.
Trenes cuyo destino es seguir siempre de largo, perros que son el espejo de lo humano metamorfoseado, mujeres en cofradía al borde de una ruta, la muerte viajando en la valija de un asesino, un bar suburbano que desvela el sueño de sus parroquianos: historias donde los personajes intentan imposibles salidas para el núcleo de un disturbio inesperado, o ensayan un escape en la grieta imperceptible de la realidad.
Nombrar lo kafkiano es ya en sí mismo un guiño cómplice, una contraseña inmediata arrojada a la inocencia de quien se dispone a leer; pues bien, la verdad que se abisma en esta escritura refuerza aquel adjetivo paradigmático: su condición de ser está anclada en la categoría de la espera, como en las pesadillas de Kafka, como en el lenguaje de Beckett.
Descarnados, violentos, esperanzados, onirícos, desesperados, absurdos hasta la comicidad nerviosa del involuntario testigo de una verdad feroz, los cuentos de Samanta Schweblin perturban poéticamente la comprensión del mundo.