Las versiones de Rodríguez Adrados y de Ferraté nos permitieron volver a ver Teognis como poeta, y eso es lo que Juan Manuel Rodríguez Tobal se propone y consigue aquí: que un poeta de corpus como éste, del que nos quedan sólo unos mil cuatrocientos versos, resulte inteligible para el lector de la postmodernidad, que, como el propio Teognis en la suya, asiste a una crisis y cambio de valores que permiten establecer ciertas similitudes entre aquella época y la nuestra: las mismas que el joven Alberti descubría en Lope, y las mismas que, en todo interregno histórico, se suelen producir.
Las versiones de Rodríguez Adrados y de Ferraté nos permitieron volver a ver Teognis como poeta, y eso es lo que Juan Manuel Rodríguez Tobal se propone y consigue aquí: que un poeta de corpus como éste, del que nos quedan sólo unos mil cuatrocientos versos, resulte inteligible para el lector de la postmodernidad, que, como el propio Teognis en la suya, asiste a una crisis y cambio de valores que permiten establecer ciertas similitudes entre aquella época y la nuestra: las mismas que el joven Alberti descubría en Lope, y las mismas que, en todo interregno histórico, se suelen producir.