Este libro es una invitación a comer del mismo pan que el misterio. Cierto es que esta posibilidad existe desde que cobramos conciencia de que hay un mundo, aunque nuestro posterior devenir en la adultez suele ponerle un velo uniforme a ese regalo que se ofrece a nuestra percepción. La obra de Roberta recupera lo que Maurice Merleau Ponty llamó habla hablante: dar sentido como un acto poético y fundacional, como un conjuro. Naturalmente, en esta experiencia anida toda palabra. Luego, el tiempo y el uso convierten este rito iniciático en mera habla hablada, un simple instrumento comunicativo, una mueca operativa que ya no puede convocar la vitalidad del signo originario.
Este libro es una invitación a comer del mismo pan que el misterio. Cierto es que esta posibilidad existe desde que cobramos conciencia de que hay un mundo, aunque nuestro posterior devenir en la adultez suele ponerle un velo uniforme a ese regalo que se ofrece a nuestra percepción. La obra de Roberta recupera lo que Maurice Merleau Ponty llamó habla hablante: dar sentido como un acto poético y fundacional, como un conjuro. Naturalmente, en esta experiencia anida toda palabra. Luego, el tiempo y el uso convierten este rito iniciático en mera habla hablada, un simple instrumento comunicativo, una mueca operativa que ya no puede convocar la vitalidad del signo originario.